Masividad y visible extensión territorial. El nuevo banderazo superó por mucho los capítulos previos del 20 de Junio y del 9 de Julio. Y expuso un elemento potente entre algunos otros que debería anotar el Gobierno si supera el escalón del enojo: colocó en primer plano el rechazo a la ofensiva judicial del oficialismo. A eso añadió la constatación de errores propios frente a lo que se venía venir: evitó el debate político, apeló como única estrategia al temor por el coronavirus y adjudicó a la oposición semejante poder de convocatoria y movilización. La protesta no sólo trascendió largamente los apoyos y guiños de referentes de Juntos por el Cambio, sino que además le plantea un desafío con forma de interrogante hacia su propio interior.
La señal previa a las manifestaciones fue dada por Alberto Fernández, en el homenaje a San Martín, con un llamado formal a la unidad nacional, pero acompañado por comparaciones históricas que siempre resultan forzadas y por una nueva y dura carga contra la gestión macrista. La reacción posterior resultó aún menos comprensible. Otra vuelta de tuerca sobre el temor por la cuestión sanitaria, a cargo de Santiago Cafiero, y peor aún, la consideración de la protesta como un reacción tardía de resentimiento opositor por haber perdido las elecciones del año pasado.
El problema no son sólo las palabras de malestar, sino lo que expresan a futuro como reflejo político frente a una movilización que se extendió por horas alrededor del Obelisco, que fue masiva también en grandes ciudades de todo el país y que se hizo sentir en barrios del Gran Buenos Aires. Todo indica que en lugar de repensar su plan político, lo profundizará.
Dos ejemplos del Senado: será formalizado un rechazo duro a la jueza que dispuso frenar la revisión de los casos de jueces trasladados en la etapa macrista, y se avanzará a paso firme con el proyecto de reforma judicial. Esa iniciativa completará la etapa de exposiciones en plenario de comisiones, para producir dictamen con firmas oficialistas y pasar sin demoras al recinto. Después, Sergio Massa deberá ver cómo enfrenta el rechazo abierto de JxC y su intención de frenar la iniciativa. Se verá cuánto pesan las imágenes del banderazo.
Es significativa además otra muestra de la difícil relación entre la agenda política –impuesta en este caso por el oficialismo- y el temario público, en el que pesan la reacción o los intereses sociales. Se podía pensar que la ofensiva judicial –la reforma del fuero federal y la presión de hecho sobre la Corte Suprema- podía pasar sin mucha resistencia, fuera del ámbito político, en una realidad dominada por la cuarentena, la agudizada crisis económica y la fatiga de la sociedad. Sin embargo, la protesta de ayer colocó el tema en el primer renglón, de alguna manera por encima de las consecuencias del resquebrajado aislamiento.
Y es llamativa también una postal que vienen repitiendo estas manifestaciones. Tiene expresiones puntuales frente a la residencia de Olivos y en la esquina del edificio donde vive Cristina Fernández de Kirchner. Una manera de poner de relieve lo que consideran el doble eje de poder. Claro que eso es alimentado también y hasta simbólicamente desde el propio oficialismo. Ayer, Alberto Fernández encabezó el homenaje a San Martín. Y CFK hizo su recordatorio difundiendo como único mensaje un video sobre su último 17 de Agosto como presidenta, es decir, en 2015.
Con todo y aún en medio del agotamiento social y la depresión económica, el banderazo no fue una expresión de antipolítica. Pero tampoco fue un simple acto opositor. En rigor, junto al fuerte cuestionamiento al Gobierno plantea una demanda inquietante a la mayor oposición, porque pesa el registro de la crisis en la gestión de Mauricio Macri y porque JxC está lejos de haber resuelto su orgánica y otras cuestiones, no sólo de jefatura sino más bien de conducción para consolidarse como coalición política.
Sólo una estrategia muy limitada desde el Gobierno pudo adjudicar a ese frente la capacidad de organizar y liderar una movilización como la de ayer, a la que además consideran circunscripta a una franja social acotada, clase media y poco más. Por el contrario, JxC expuso su propia realidad. Hubo posiciones más abiertas a favor del banderazo –con matices, Patricia Bullrich, Alfredo Cornejo, Elisa Carrió, entre otros- y otras más cuidadosas, como las de Horacio Rodríguez Larreta y los gobernadores radicales. Eso, en medio de un juego que supera la división entre alas duras y moderadas, sin llegar siquiera a la organización de líneas o corrientes partidarias. Temores y tentaciones oportunistas serían los peores condimentos si predominan.
La única ventaja en este punto sería también generada por el oficialismo como reacción. En lugar de explotar el consenso inicial por la cuarentena o el trato con los acreedores externos para convocar a algún tipo de acuerdo político –que podría haber amplificado las tensiones domésticas de la oposición-, el Presidente decidió avanzar con la jugada judicial. Eso mismo, favoreció el cierre de filas en JxC. Si se quiere, un punto de sintonía en medio del desafío que supone la masiva expresión callejera de ayer.
Un dirigente opositor definió la protesta en términos coloquiales. Dijo que sería el “tercer telefonazo” para el Presidente, a poco más de ocho meses de iniciar la gestión. Pero admite que también lo es para JxC. El tiempo corre para todos.
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