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sábado, septiembre 7, 2024
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Afonía simbólica: el verdadero dolor es indecible

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“…Si puedes hablar de lo que acongoja estás de suerte… Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la Palabra. Es probable que reconozcas lo que digo; quizás lo hayas experimentado, porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la alegría). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro, sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Y así estás. Tan enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena que no puedes ni hablar. Estás segura que nadie va a oírte”.

Ojalá hayan sido mías las palabras tan precisamente escritas y anteriormente mencionadas. Es admirable la calidad con las que Rosa Montero en “La ridícula idea de no volver a verte”, describe a la angustia. Cuando el uso de la palabra sucumbe, trastabilla y cae.

Es parte del colectivo social un estereotipo dibujado de acción; ejercicio selectivamente acuñado en momentos de máxima angustia: “pones canciones tristes para sentirte mejor”, Gustavo Cerati lo sabía muy bien. Esa acción políticamente correcta, socialmente aceptada… ¿Por qué la hacemos? Diría la sátira que se relaciona con el disfrute… con el deleite de estar mal; pero en verdad ¿Se disfruta plenamente? La respuesta es no. Más bien en ese acto encontramos la forma movilizar algo de lo no-pronunciado (porque no podemos hacerlo). De ponerle palabras la angustia.

Pero no es la única manera de decir, porque todo aquello que no se dice hace que se actúe. Y éste es un terreno más complejo, porque muchas veces estas acciones “que tienen un mensaje” son auto-destructivas. Así pueden ser las exposiciones al peligro, la auto-flagelación, los trastornos alimenticios, el exceso en el consumo de alcohol, el uso indebido de drogas, las inhibiciones, etc. Todas ellas emergentes de una angustia que no permite decir, pronunciar palabra, hablar.

Para poner un ejemplo de inhibición: dícese de la mujer que llega a consulta psicológica porque no puede consumar el acto sexual. No entiende porqué siente terror con solo imaginar tal situación. Sin embargo, no recuerda haber sufrido abuso sexual en su infancia o adolescencia. En este sentido, el avasallo contra la integridad física no es la única forma de experimentar que alguien excede los límites…

Pasado un tiempo, recuerda como (a la edad de aproximadamente ocho años) ve en la TV, una mujer cubierta solo con una sábana correr y sollozar; detrás de ella, un hombre persiguiéndola. Se puede ver aquí como ese suceso (olvidado después) no podía ser dicho, no había palabras. Había inhibición, que es también una forma de actuar… Este acontecimiento, actualizado en el presente, se proponía como una angustia tal que impedía que ella pueda concretar una relación sexual saludable… Se puede pensar que en su mente infantil aquello fue entendido como algo devastador relacionado con la sexualidad.

La importancia del análisis para combatir lo inefable.

No todo puede ser dicho, esto es algo que se debe entender; comprender que cada persona maneja sus tiempos psíquicos como puede. Especialmente después de experiencias traumáticas o en los procesos de duelo, las palabras no pueden ser encontradas. Cuando el monto de afectación es extremo, luchar contra la “afasia simbólica” conlleva auxilio, en el mejor de los casos, al acudir con un profesional de la salud mental.

Decía también Montero: “A mi esas crisis angustiosas me agrandaron el conocimiento del mundo. Hoy me alegro de haberlas tenido: así supe lo que era el dolor psíquico, que es devastador por lo inefable… tan grande que no cabe dentro de la palabra… y que uno no puede ni llegar a imaginar si no ha estado ahí.”

Quisiera imaginar que ese “conocimiento” haya acontecido debido a la concurrencia con un profesional, ya que es la mejor manera de aprender acerca de la angustia. Creando estrategias para afrontarla (no para evitarla o anularla, ya que es imposible no angustiarse) pero si reconociendo cuando aparece en acciones auto-destructivas (o afectando a terceros). Y sobre todo, para encontrar nuevamente las palabras perdidas. Lograr cortar con la repetición de acciones que, por querer “decir algo” y no poder ser pronunciadas, se convierten en modalidades que solo perjudican y están destinadas a no resolverse.

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