En la tercera jornada del proceso “Diedrichs-Herrera” se oyó por primera vez a una testigo dar cuenta de los signos de tortura en un bebé que hoy es el adulto Sebastián Soulier: integra H.I.J.O.S y no busca venganza, sino justicia.
Desde Córdoba.
La dictadura de los genocidas Jorge Rafael Videla y Luciano Benjamín Menéndez, apadrinados por sus cómplices cívicos y eclesiásticos, no sólo se robó a los bebés que aún buscan las Abuelas de Plaza de Mayo: también los torturó. Esa fue una de las dos mayores revelaciones que se conocieron en la tercera jornada del juicio “Diedrichs-Herrera” que se está haciendo en Córdoba.
La otra fue el pedido de investigación al ex ministro menemista Julio César “Chiche” Aráoz por supuesta extorsión a los familiares de los desaparecidos. Ya que en el Megajuicio La Perla-Campo de La Ribera se lo había señalado como “amigo” del represor Héctor Pedro Vergez; y se habló incluso de una “sociedad” entre ellos; sólo que en esta ocasión la querella liderada por Claudio Orosz y Lyllan Luque solicitó y consiguió la venia del Tribunal Oral Federal 1 para que se investigue a Aráoz, luego de escuchar la declaración de los tres primeros testigos de este juicio.
Una vez más se denunció que hubo militares, policías y civiles que no sólo robaron los bienes materiales de las víctimas, sino algunos siguieron extorsionando por dinero, casas y terrenos a los familiares de los secuestrados aun cuando ya hacía años que los habían matado y desaparecidos sus restos.
Desde el 24 de julio de 2008, cuando se condenó a cadena perpetua en cárcel común por primera vez al ya muerto Luciano Benjamín Menéndez, ésta es la primera vez que se escucha a una testigo dar cuenta de los signos de tortura en un bebé.
Norma Julia Soulier de 59 años y su sobrino Sebastián (ya de 44) rearmaron junto a los otros testigos, Jorge Arias y María Lidia Cuello, de 91 años, lo ocurrido a sus familiares: Luis y Juan Carlos Soulier, Adriana María Ríos y Miguel Angel “Coqui” Arias, y a todo el entorno que sufrió la devastación de sus propias vidas.
Tanto los hermanos Soulier como el Coqui Arias y Julia, tenían en común el colegio Nuestra Señora de Loretto y militaban o habían militado en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Julia declaró que en 2008, en un homenaje que se hizo al padre (Carlos) Ponce de León, que era amigo del obispo Angelelli, el Quito Mariani y el Cura Vasco (reconocidos como “curas tercermundistas”), supo que “(el Arzobispo Raúl Francisco) Primatesta había ordenado que los colegios parroquiales debían entregar el listado de los alumnos y los profesores. Que él discutió mucho y se negó a bendecir una bandera que recibió la escuela de parte de la Escuela de Aviación. Empezaron a decir que él era subversivo”. Murió en un accidente camino a San Nicolás el 11 de julio del ´77.
“No podía cerrar los ojos”
La noche del domingo 15 de agosto de 1976 una patota irrumpió en la casa de Adriana María Díaz Ríos y Juan Carlos Soulier, ambos de 22 años, estudiantes universitarios y militantes de las FAL. Los golpearon y se los llevaron descalzos a pesar del frío. Una vecina le contó luego a la mamá de Juan Carlos que Adriana “llevaba en brazos envuelto en una colchita al bebé”.
Según el relato de Julia Soulier, que es directora del Espacio de la Memoria La Perla, “la persecución de mis hermanos y mi cuñada comenzaron con la búsqueda de mi hermano mayor, Luis (Roberto) que tenía 23 años y estudiaba Ciencias Médicas además de militar en las FAL. Luis estaba casado con Estela Reyna y habían tenido dos hijos, Diego y Susana. Y trabajaba como preceptor en la escuela Nuestra Señora de Loretto, en la que representaba gremialmente a sus compañeros”.
Julia contó que ella tenía 15 años e iba a esa escuela y “un día apareció un hombre afuera preguntando por el preceptor. Me acerqué, sin decirle que yo era hermana de Luis, y le dije que estaba de licencia rindiendo unas materias”. El tipo se fue. Julia retuvo su imagen: “Bigotes rubios, pelo corto, lacio engominado y peinado hacia atrás”. Sus mocasines marrones y bien lustrados también le llamaron la atención. Años después supo su nombre, Emilio César Anadón: un represor que llegó a coronel, fue el segundo de Menéndez y se suicidó de un tiro en la cabeza en septiembre de 2004 mientras estaba en prisión domiciliaria en su departamento de la calle Mariano Moreno. Anadón fue también quien sepultó la denuncia “por injurias” por la cual el interventor Tránsito Rigatuso llevó a juicio a la Abuela de Plaza de Mayo Sonia Torres, cuando ella afirmó en una entrevista que Rigatuso había entregado las listas con 19 nombres de los chicos del Manuel Belgrano a Menéndez. Ante el estupor de Rigatuso (y tal vez la del propio Menéndez) Anadón confirmó al juez Rubens Druetta en los llamados “juicios por la Verdad Histórica” que sí, que el interventor entregó la lista a Menéndez y que Sonia Torres no había mentido. Que él mismo estuvo presente cuando la delación ocurrió.
Ese fue el balazo final de Anadón. Veintiocho años antes fue el torturador personal de la quinceañera Julia Soulier. Tres veces allanó la casa de la familia en busca de sus hermanos y siempre eligió momentos en que la adolescente estaba sola, cuando volvía de sus clases de la secundaria. En la tercera vez, enfurecido ante su negativa a darle los datos que exigía sobre sus hermanos, la zamarreó de un brazo y arrojó todas las cosas que la víctima guardaba en su placard. En el juicio Julia contó que “entre las carpetas cayó una imagen pequeña del Che Guevara, se enfureció, me tomó del pelo por la nuca y me hizo arrodillar contra la cama. Me pegó patadas con los borceguíes en el lado derecho del cuerpo, en los riñones”. Antes, le gritó que su hermano Luis “andaba con Tosco y que era un gremialista de mierda”. Julia nunca supo cuánto tiempo estuvo inconsciente. Ni cuánto “orinando sangre”
Quince días después ocurrió el secuestro de Juan Carlos, Adriana y el bebé Sebastián. Al día siguiente, el papá de Julia salió con su camioneta Fiat 125 verde a buscar a sus hijos. Los represores habían armado una ratonera y cuando el padre golpeó la puerta también lo secuestraron. Lo llevaron a la D2. En la noche del 16, Julia contó que estaba en la casa de su tía Yolanda, cuando golpearon la puerta. Aterrada como estaba se asomó, y vio que dejaron algo en la vereda. “Salí y encontré a dos militares encapuchados y uno me preguntó si vivía ahí la familia Aguirre. Les dije que sí, y ellos que me tenían que entregar un paquete. El paquete tenía la frazadita de la cuna de Sebastián, y el otro militar (encapuchado) el colchoncito de la cuna. En la esquina alcancé a ver que se iban en la camioneta de mi papá”.
Julia demostró una estremecedora entereza para revivir ese tramo de infierno ante el Tribunal: “Cuando entré al comedor mi tía (Yoli) estaba llorando. En ese momento me di cuenta de que el paquete era Sebastián. Lloraba y tenía la cara muy sucia. En los pliegues de la colcha había una carta de Adriana en la que decía que se iba de viaje y que cuidaran mucho a Sebastián”. Apenas puede acomodarse el largo pelo oscuro para tomar un respiro: “Lo torturaron psicológica y físicamente durante 24 horas. No cerraba los ojos. Tenía las pupilas muy dilatadas. Tenía un estado de rigidez total en el cuerpo. Llevaba un enterito de guata que chorreaba orín… La piel toda arrugada y deshidratada, tenía llagas que sangraban detrás de las rodillas y en las axilas. La bombacha de goma estaba destrozada, pero tenía pegada la cintura a la piel”. Julia se autoexige precisión. Quiere dejar asentado su testimonio: “Los piecitos estaban morados. Pensé que era por frío y que lloraría si lo bañaba. Pero Sebastián no emitía ningún sonido. No quiso la mamadera. Cuando le sacamos los escarpines apenas se le veían tres dedos del pie por la inflamación. Había sido golpeado fuertemente en los pies”.
Luis Roberto, Juan Carlos y Adriana todavía están desaparecidos. Los llevaron a La Perla. El hombre de 44 años que hoy es Sebastián Soulier Ríos reivindicó la lucha que “dieron por un mundo mejor”, y recordó dolorido el sufrimiento de sus abuelos. “A mi abuelo le quitaron todo, pero todo: sus hijos, su salud; la de mi abuela. Además de los secuestros y torturas nos robaron todo. No quedó nada. Lo único que conservo es la colcha en la que me devolvieron. Y cada tanto la uso para arropar a mi hija. Mi abuelo Fredy y mi abuela y mis tías me fueron contando lo que pasó. Yo iba a la escuela y decía que a mis papás los habían matado los militares. Sabía que los habían matado, pero así y todo, cada vez que sonaba la puerta yo corría. Corría y me imaginaba que volvían”.
Sebastián Soulier integra la agrupación HIJOS. “Nosotros jamás buscamos venganza. Jamás. A ninguno jamás se le ocurrió. Aprendimos de las Viejas. De esas Viejas Locas (las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo) que marcharon en círculo buscando a sus hijos. De ellas aprendimos ser perseverantes. A no bajar los brazos. A militar sonriendo. A exigir el lugar que el Estado tenía que ocupar. De la Otilia (Argañaraz), la Sonia (Torres), la Carmiña (de Castiglioni), la Emi D´Ambra y Santiago… de todas ellas. Somos el recambio. Seguiremos buscando a los hermanos que nos quedan, a todos los nuestros”, dijo en un discurso monolítico y atravesado por su propia historia.
Con su pañuelo blanco y sus 91 años, María Lidia Arias recordó el secuestro de su hijo: “Al Coqui se lo llevaron unos hombres encapuchados el 9 de junio de 1976. Tenía 18 años. Son mentiras que el tiempo borra. Yo cada día estoy más dolorida y más triste y mi vida se va acabando”, dijo vía teleconferencia.
Tanto María Lidia como su hijo Jorge Arias, dieron fe de que la familia mantuvo “reuniones con el ‘Chiche’ Aráoz, pero él me pidió cinco nombres para darme noticias de mi Coqui. Dijo que no le contestara enseguida… Pero pensé y me dije que yo quería poder mirarle a los ojos cuando volviera. ¿Cómo le iba a dar nombres?”
Idéntico planteo le hicieron a los padres de Julia. “Mi mamá no quiso dar esos cinco nombres. ¿Cómo vivir después sabiendo que otras familias iban a sufrir lo que estábamos sufriendo nosotros? A mi papá lo torturaron un día entero en el Cabildo (en la D2)… Nos quitaron todo… Mi mamá sabía preguntarle ‘Viejito, qué vamos a hacer cuando se nos termine la plata?’ Nos extorsionaron y sacaron plata y todo lo que teníamos durante años. Mis padres enfermaron y murieron. El a los 68 con cáncer, ya había sufrido un infarto a los 48, dos años después del secuestro (de él y de sus hijos desaparecidos). Mi mamá murió dos años después que él. Estuvo doce años hemipléjica…” Julia hace un silencio y antes de irse pide al Tribunal “quisiera dirigirme a quienes están siendo juzgados. Nosotros como familia no nos sentimos vencidos. Criamos a nuestros chicos. Adriana y Luis y mis padres están en el hogar. A nosotros el tiempo no se nos acaba porque la lucha se transmite de generación en generación. A nosotros el tiempo no se nos acaba. Los vamos a seguir buscando. A nosotros el tiempo no se nos acaba porque los 30 mil se multiplican”.