Cuando Ann Hodges sintió el ruido, ya era tarde: el meteorito que sería bautizado con su apellido había atravesado el techo de su casa en Sylacagua, Alabama, y le había impactado en la zona izquierda de la cadera mientras ella dormía la siesta. Una piedra del tamaño de un pomelo pero de seis kilos de peso y que había caído del cielo. De manera inesperada. Una circunstancia excepcional que se dio el 30 de noviembre de 1954, cuando apenas habían pasado 16 días desde que River había jugado -y empatado- ante Racing.
Ni la señora Hodges esperaba que un escombro del Big Bang le provocara un hematoma, como así tampoco aquel equipazo que integraban Amadeo, Labruna, Loustau, Sívori y Walter Gómez pensó que recién volvería a disputar un partido oficial el 30 de abril del año siguiente (1-0 ante Tigre). Pasarían 167 días, el intervalo temporal más extenso en el que el equipo de Primera estuvo inactivo oficialmente… hasta ahora. Porque Marcelo Gallardo, aunque involuntariamente, romperá un récord más para los libros de historia: su River disputará ante San Pablo su primer partido en ¡190 días! Una marca que, está claro, nunca tuvo intenciones de batir.
Si hacían falta más pruebas de que el desafío de Gallardo será mayúsculo, la estadística no hace más que reforzarlo. Aunque no sufrió bajas entre los titulares -Scocco quedó libre, el pase de Quintero a China está en vías de cerrarse-, la prolongada inactividad puede dejarle secuelas a un equipo que llegaba aceitado y que ahora deberá retomar el ritmo con lo que implica tener una base que supera los 30 años (Armani, Pinola, Casco, Enzo Pérez, Suárez, Nacho Fernández) y cuando las circunstancias no permitieron que los entrenamientos fueran el espacio de ensayo para probar alternativas: el coronavirus se coló en la burbuja sanitaria e impidió que se desarrollaran las prácticas de fútbol que el Muñeco pretendía realizar. Incluso, el caso positivo de Adrián Olivieri forzó a que durante seis días no hubiera trabajos en el Camp, ni siquiera en grupos. Un retroceso inoportuno cuando el almanaque, ofrecía poco margen de maniobra, mientras al mismo tiempo los rivales siguen sumando minutos de acción (San Pablo ya jugó 11 partidos; Binacional, 3 y Liga, 7).
Gallardo -embebido en un contexto similar al de sus colegas coperos: todos sufrirán las inclemencias del parate- asimismo deberá luchar contra el contraste. Porque su último partido oficial fue una goleada categórica a Binacional. Un 8-0 que le permitió hacer caja de goles en un grupo D que desde el sorteo se presentó como complejo y que mostró niveles individuales muy altos. Lo que se haya llevado la pandemia sólo se conocerá una vez que los jugadores salten al campo de juego en el Morumbí, con menos de 30 entrenamientos encima y con escasas posibilidades de hacer fútbol en conjunto puesto que -ejercitándose en grupo- no hubo oportunidad hasta este lunes de parar algo tan simple e indispensable como un 11 contra 11.
Podrá abrazarse a la estadística completa, Gallardo, si es que necesita aferrarse al optimismo: aquella vez, a la inactividad prolongada le siguió un campeonato. Y en un escenario que tiene algún link con la historia contemporánea que viene escribiendo el deté: el torneo se definió el 8 de diciembre de 1955, cuando el equipazo de José María Minella derrotó 2-1 a Boca en la Bombonera (goles de Labruna y el Mono Zárate) y se consagró campeón. Y le seguirían dos títulos más: 56 y 57. Una situación excepcional detrás de otra.
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