Cristina Kirchner sabe mejor que nadie del poder de sus opiniones, de sus silencios y de sus movimientos. De su centralidad, que maneja a cuenta gotas. También de la diferencia con Alberto Fernández, que oscila entre la moderación y los intentos de diálogo político con la oposición y los fantasmas de la tensión interna, que la ex Presidenta alimenta y administra de acuerdo a sus necesidades.
El ejemplo más palpable del duelo de estilos y de liderazgo del Presidente y su vice, que el domingo al mediodía almorzaron largamente en el chalet de Olivos, quedó en evidencia el lunes por la tarde, en el acto de presentación del exitoso canje de la deuda, que el Gobierno buscó capitalizar como un relanzamiento de una nueva etapa de la gestión.
La vuelta de Cristina Kirchner a la Casa Rosada y, en especial, a un evento oficial en compañía de Fernández y la cúpula del Ejecutivo tuvo casi tanta repercusión como el objetivo de la convocatoria, es decir, la renegociación de la deuda emitida bajo legislación extranjera, aceptada, por la aplicación de la cláusula de acción colectiva, por el 99% de los acreedores. Cuando terminó la presentación, en el museo debajo de la Casa Rosada, el Presidente se ocupó de saludar uno a uno a los gobernadores presentes, mientras la ex Presidenta abandonaba el salón por un costado, sin cruzarse con nadie.
Lo notaron los gobernadores. Y Horacio Rodríguez Larreta, que, como el Presidente, se sostiene sobre un complejo equilibrio de fuerzas entre la moderación y la radicalización interna.
Desde el inicio de la pandemia, Alberto Fernández y el jefe de Gobierno resolvieron, por mutua conveniencia, administrar de forma conjunta la gestión de la crisis sanitaria en torno al coronavirus, en una mesa de negociaciones que se mantiene desde abril y que también integra Axel Kicillof.
En el entorno de la ex presidenta desdramatizan sus opiniones. Dicen que la gestión y la política corren por carriles separados, que obedece a la dinámica del Frente de Todos y que juntarse “con alguien que piensa distinto no significar tener un acuerdo”. Y que, en todo caso, Mauricio Macri, “que es el jefe de Horacio Rodríguez Larreta, dice barbaridades del Gobierno”. Pero lo cierto es que cada vez que Cristina Kirchner utiliza sus redes sociales para descargar alguna crítica sobre Rodríguez Larreta, el vínculo político entre la Casa Rosada y el Gobierno porteño se enrarece. En la sede de la calle Uspallata miran con desconfianza. En Olivos miran para otro lado.
La presidenta de la Cámara de Senadores, a diferencia del jefe de Estado, no tiene medias tintas: cree que el jefe de Gobierno es más de lo mismo dentro del PRO. Fernández no coincide del todo: le reserva al alcalde otro tipo de apreciación, un tanto más benévola que la de su vicepresidenta. Aunque sí reconoce, como CFK, que en los últimos tiempos la pandemia robusteció su popularidad.
El martes por la tarde, mientras en la Cámara baja el oficialismo y la oposición buscaban una salida al entuerto parlamentario en torno al protocolo de funcionamiento de sesiones virtuales, Cristina Kirchner replicó en sus redes un tuit de Lucía Cámpora, una legisladora porteña del riñón de Mariano Recalde que comparó la negativa de Juntos por el Cambio de rechazar el debate virtual por la reforma judicial con la aprobación de leyes en la Ciudad con sistema de votación mixto vinculadas, por ejemplo, a modificaciones en la estructura del Consejo de la Magistratura y el Ministerio Público.
“Te vas a sorprender tanto como yo de las cosas que hace el macrismo en la Legislatura porteña, que responde a Horacio Rodríguez Larreta, y que nadie se entera”, escribió Cristina Kirchner.
El jefe de Gobierno no está dispuesto, por ahora, a romper con su estilo, que en la sede de gobierno de la calle Uspallata ya califican con humor como la “apología de la moderación”. El que respondió fue Agustín Forchieri, vicepresidente primero de la Legislatura porteña, después de consultar y planificar su contestación con el Ejecutivo local.
Rodríguez Larreta no va a traicionar su estilo por puro pragmatismo: las encuestas confirman que buena parte de su popularidad obedece a eso. En el Gobierno miran los mismos sondeos. Además, el alcalde está obsesionado con la porción de coparticipación que recibe del Estado nacional y que, cuando pase la pandemia, cree que será recortada por el Gobierno, como preveía la Casa Rosada antes de que estallara el coronavirus.
El jefe de Gobierno, a pesar del vínculo que mantiene y, resaltan, “cuida” con el Presidente, también está cada vez más convencido que Alberto Fernández tiene poco margen para consolidar esa relación. Rodríguez Larreta tiene otro canal paralelo: es un estrecho amigo de Sergio Massa.
Es que, en los últimos días, el propio Fernández cuestionó insistentemente a la Ciudad por su “opulencia”. Cuando lo repitió en el acto de presentación del canje de deuda, sentado a la izquierda de la vicepresidenta, buscó despegar de la discusión “al gobierno de Horacio Rodríguez Larreta”. Pero el debate quedó planteado.
“¿Cuán distintos son Alberto Fernández y Cristina Kirchner?”, se preguntan cada vez más inquietos en el Ejecutivo porteño.
Cada vez que el mandatario incomoda públicamente al alcalde, en el Gobierno local arman un comité para buscar respuestas. En general, evitan la controversia. Anoche, entrevistado por TN, Fernández volvió a insistir con la opulencia porteña. Pero remarcó que tenía “aprecio” por el jefe de la Ciudad. Su oscilación descoloca a Rodríguez Larreta, que tiene estudiadas cada una de sus palabras.
Ayer, la ex Presidenta volvió a usar su Twitter. Esta vez para cargar contra “otro entusiasta militante del ’haz lo que yo digo pero no lo que yo hago’”, y mencionó a Alfredo Cornejo, el diputado y presidente de la UCR, a quién criticó, en medio de la puja legislativa, por el avance de la reforma constitucional en Mendoza, el distrito que el jefe de Estado tiene previsto visitar el próximo lunes. De paso, la vicepresidenta aprovechó para machacar, al pasar, contra el jefe de Gobierno, al que también calificó como “entusiasta militante del ’haz lo que yo digo pero no lo que yo hago’”. Hace tiempo que, cada tanto, le dedica sus redes sociales.
Dos semanas atrás, el Presidente había buscado un canal de diálogo con Cornejo. Lo hizo a través de Julio Vitobello, su secretario General, que telefoneó al senador Julio Cobos, un dirigente que CFK recuerda con desagrado desde la resolución 125, en el 2008. Cobos justo estaba reunido con Cornejo, le pasó el teléfono y habló por unos minutos con el funcionario. Pero no llegó a conversar con el Presidente. Y avisó que no pretendía tener ninguna comunicación que no corriera por los canales institucionales.
No fue el caso de Martín Lousteau, que por esas horas visitó Olivos en compañía de Enrique Nosiglia para dialogar sobre la coyuntura con Fernández. El senador recién le avisó a Cornejo cuando salía de la quinta presidencial. No antes.
“Cristina está enojada”, asegura un integrante permanente del entorno presidencial, crítico de los arrebatos tuiteros de CFK. Según dice, su análisis es compartido por el Presidente.
“Alberto no cree eso. Lo que diga alguien que a veces camine por los jardines de Olivos no es relevante. Opinadores hay en todos lados”, responden desde el Instituto Patria.
Los vínculos entre el oficialismo y la oposición atraviesan desde hace semanas un peligroso doble juego entre moderados y duros que condiciona cualquier intento de negociación política. Lo que inquieta en la oposición es que en el Frente de Todos, el límite entre la moderación y la radicalización es cada vez más difuso. Y viceversa.
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